miércoles, 22 de marzo de 2017

Martha Coca Orruel: un legado educativo

Semilla enraizada. Nacida en una familia “de abogados y docentes”, marcada por ideales de justicia y una vocación por la enseñanza, esta reconocida mujer de letras dio continuidad a la tradición, pero con un estilo propio, haciendo de la palabra su herramienta de trabajo y vida.

La fotografía central de un artículo del periódico La Razón de julio de 1948 (tomada 40 años atrás) muestra a 13 personalidades masculinas, delegados de universidades del sistema nacional de la época, reunidos para la inauguración del Congreso Universitario Boliviano. Representando a la Universidad Mayor de San Simón (UMSS), están Fidel Anze y Moisés Orruel, este último un joven e “incisivo” (indica el autor de la nota, Alfredo Revilla) abogado de mirada seria. En una época en la que las mujeres apenas sí accedían a la educación, Orruel no podía haber previsto que casi un siglo después de ese histórico 10 de julio de 1908, una nieta suya posaría para otra fotografía oficial de esa casa superior de estudios, como la decana de una facultad. Nacida el 6 de mayo de 1946, en Cochabamba, Martha Coca Orruel proviene de una familia, ella misma describe, “de abogados y docentes”, de personas ligadas al ejercicio del Derecho y la Educación; una tradición que por la fuerza de la sangre y la crianza, ella ha sabido continuar.

ENSEÑAR HACIENDO

Inspirada por sus padres –José Coca y Marina Orruel–, Martha desarrolló, desde temprana edad, una afición por aprender, con el método de su madre, “haciendo”. “En la casa, mi mamá diseccionaba un corazón de vaca y nos explicaba”, cuenta Coca, sobre esa y otras tantas experiencias que afianzaron, en ella y en su hermano Alfonso, esa educación que los hacía a ellos mismos protagonistas de su enseñanza. Naturalmente inclinada hacia la Biología, tras salir bachiller del colegio Alemán Santa María, Martha ingresó a la Facultad de Medicina de la UMSS. “Dos años después, me enamoré, me casé…”, relata, consciente del impase que esta decisión supuso en su primera etapa universitaria. Con 19 años y el deseo de iniciar una familia, Coca apuntó a otra carrera, una que le permitiera “ser madre y profesional a la vez”. “Por entonces no había Idiomas en la UMSS, así que me fui a la Normal Católica; ahí estudié (…) y, como egresé siendo la mejor alumna, me dieron una beca para estudiar en Francia”, narra. Motivada, la flamante profesional inició, en 1970, el curso de dos años en la Universidad Paul Valery de Montpellier, donde se especializó en Metodología Audiovisual para la enseñanza del francés. El sobresaliente desempeño que Martha demostró le valió una invitación para dictar clases de francés a extranjeros, en dicha universidad, misma que aceptó, pero después de seis meses, tuvo que dejar, debido a las obligaciones que la esperaban en Bolivia. “Mi mamá se enfermó, tuve que volver, porque sino me hubiera quedado en Francia, a trabajar en la universidad”, explica Martha, quien, de vuelta en Cochabamba, comenzó a trabajar en la Alianza Francesa, en la Normal Superior Católica y en un colegio de la ciudad.

TRAYECTORIA UNIVERSITARIA

El año 1977, Coca supo de una convocatoria para docentes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Mayor de San Simón, y sintió que el destino la llamaba. “Alguien me dijo ‘ay, para qué te vas a presentar, ahí se entra por muñeca’, yo no conocía a nadie en la universidad”, recuerda; sin minar su optimismo, se presentó al proceso de examen de competencia y concurso de méritos…y ganó. Así, en marzo de 1977, dio inicio a su carrera docente en la UMSS, no exenta de retos y desafíos. Preocupada por la escasez de insumos didácticos en la modesta y novel carrera de Lingüística (ahora Lingüística Aplicada a la Enseñanza de Lenguas), Coca aprovechó su relación con la Embajada de Francia en Bolivia para gestionar la donación del material necesario. “Nos donaron equipos audiovisuales, libros, grabadoras, nos enviaron cooperantes franceses… absolutamente todo, no en una vez, sino tras varios viajes [a la ciudad de La Paz]”, explica. Esto propició la mejora paulatina de las condiciones de enseñanza en la carrera. Sin embargo, la docente aclara que este fue el resultado de varias voluntades y esfuerzos, de directores, docentes y estudiantes. “Desde muy joven pertenecí a grupos que se movilizan por la mejora de la condición social de los trabajadores, por la igualdad de género, por la justicia social y el respeto a la democracia”, resume Martha, sobre algunos de los principios que guiaron sus decisiones y la mantuvieron en luchas que, durante un capítulo de la historia universitaria, supusieron graves riesgos. “Los docentes y estudiantes con ideas progresistas éramos considerados un peligro por los entonces presidentes de facto, y el ’80, cuando hubo el Golpe, fue un día aciago realmente”, afirma, con las tristes imágenes y sonidos de la mañana de ese 17 de julio regresando a su memoria. Con ira, observó las calles invadidas por tanques militares y el estruendo de su marcha sobre el asfalto que, hasta entonces, no había soportado más peso que el de peatones y vehículos de transporte liviano. La persecución detonó un éxodo masivo de profesionales, del que Martha fue parte, pero gracias a una beca para estudiar Letras Modernas en Francia. Al culminar esa licenciatura, retornó, con una renovada conciencia del valor de la democracia.

AUTORIDAD FEMENINA

Gracias a la notoriedad que había ganado por su contribución a la Facultad, Coca fue nombrada jefa del entonces llamado Departamento de Idiomas, cargo que desempeñó desde el año 1979, con intervalos, hasta 1987. Cuando se institucionalizaron los cargos de las autoridades, Coca, aceptó la sugerencia de un grupo de colegas y estudiantes para postularse a la Dirección Académica de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, cargo que ganó el año 1994. El ‘97 apuntó más alto. “A la Decanatura postulamos dos mujeres, cosa que jamás se había visto”, cuenta, sobre su candidatura con Bárbara Ossio, docente de la carrera de Ciencias de la Educación. Contra todo pronóstico, ganaron y Coca se convirtió en Decana. Aunque fructífera profesionalmente, esa etapa todavía despierta melancolía en ella, por el tiempo que tantas funciones le restaron de la crianza de sus tres hijos: Adriana, Andrés e Isabel; quienes, aunque a la distancia, la empujaron en cada difícil momento y la llenaron de más felicidad en cada victoria.

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